domingo, 14 de julio de 2013

El orden dentro del Caos

Existe un cuento muy antiguo, en donde exploradores del año 2055, gracias a una máquina del tiempo, viajan sesenta millones de años atrás en busca de un dinosaurio cuidadosamente estudiado para poder cazar (Un ser que no viviría mucho tiempo, "un animal sin futuro"). Sin embargo, existía un gran detalle: En aquella aventura nada, exceptuando al dinosaurio, se podía alterar. Nada más se podía tocar, pisar ni matar, ya que eso alteraría el eslabón natural de la evolución; NADA. Es por ello que caminaban por un sendero que dividía la prehistoria de ellos, los ciudadanos del futuro. Cualquier cosa que se alterara, por mínima que sea, podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo de los años, a través del tiempo... ¿Qué crees que pasó? (leer cuento completo aquí: El Ruido de un Trueno)
Es el llamado Efecto Mariposa, dentro de la teoría del caos, que explicaría en base a un estado inicial, que la más mínima variación en el mismo, puede provocar que el sistema evolucione en ciertas formas completamente diferentes. Es decir, modificar algo que ya sucedió o intentar lograr algo que no fue, aunque resulte, no sería como antes.
Por todo lo anterior, a continuación escribiré acerca un viaje al pasado, presente y futuro.

Tuve la oportunidad de volver a verte. Debía ser cauta, para no arruinar este azar trivial que parece la vida, que nos volvió a encontrar.  No toqué tus manos, no rocé tu cuerpo...sólo te miré, nos miramos -sin reírnos- y callamos.
Llegó el momento en el que debíamos regresar. En ese instante me dijiste: "vete tu primero, que hay algo que debo visitar" Cuando llegó el momento de pestañar y mirar al mundo, abrí mis ojos con temor pensando que todo iba a cambiar, que ese mínimo encuentro podría marcar nuevamente mi vida.
Nada pasó, todo siguió igual. Incluso, más de lo normal de lo que debería, todo mundanamente en orden. Seguí mi vida cotidiana, casi en estado automático. El mismo trabajo, la misma casa, la misma familia, los mismos amigos. El mismo horario, el mismo sueño, las mismas penas y alegrías; más penas que alegrías, alegrías pequeñas pero bonitas... Uno de esos días, años después, cuando menos lo esperaba, ¡apareciste! Nos re, re, re, re-encontramos. ¿Era esa la señal de que los encuentros anteriores no habían sido en vano? ¿Cambiaría mi rumbo ahora?
Fue en el mismo lugar en el que nos conocimos por primera vez. Estaba todo igual, todo tal como lo recordaba. Tú, estabas igual. Me dijiste lo mismo a mí. Parecía como si el tiempo no hubiese pasado, como si todos esos dolores del alma, no hubiesen existido. Tuve la imperiosa necesidad de abalanzarme con preguntas, qué cómo estás, qué estás haciendo, cómo va tu vida...Con la misma sincronía que sentía yo, que sentías tú.
Hay sensaciones que parecen disfrazarse de sincronías. Yo en ese momento, sentí que el universo se alineó cuando nuestras miradas y sonrisas se encontraron. Habían pasado años, ¿cómo era posible que nos volviésemos a encontrar? Si ya nada nos unía. O eso quería creer yo.
La conversación fluyó de maravillas. De pronto, bajaste la cabeza y miré el paisaje que había detrás de tí...un paisaje extraño y difuso. No fue el mismo que yo había conocido contigo, no venías del mismo lugar.
Pasaron horas de explicaciones y replanteamientos. Discutimos un poco, nos dijimos cosas. De lo que fue, de lo que no fue, de lo que creí, ¿de lo que imaginé? No, de lo que fue. Algo fue, algo había, algo se forjó. De lo contrario, no nos hubiésemos vuelto a encontrar, al parecer, sin querer encontrarnos.
Pero ese paisaje...difuso, con otros colores y otra brisa. Había algo que no encajaba aquí, ahora. Te miré nuevamente y recordé lo que no fue, de porqué no fue, de por qué nuestros caminos no siguieron juntos.
Es verdad, alguna vez logramos retroceder en el tiempo. Pero no se trata simplemente de retroceder, sino de volver a la realidad que dejamos. Nunca volvimos a esa realidad. Lo entendí cuando miré mis pies, miré mis manos y vi mi cara en el reflejo de la poza debajo de mí y todo este tiempo que no pasó en vano.
Puede que mi perspectiva nunca haya cambiado. Pero ahora entiendo lo de los universos paralelos y sus dimensiones, destinados a vivir compartiendo algo en un espacio en común, pero sin saber qué, ni cómo compartirlo, aunque lo tuyo fuese tuyo y lo mío por siempre tuyo y mío. El universo es el nosotros de los otros.
Y volví a cerrar los ojos.

“Tres hermanos viven en una casa: Son de veras diferentes; Si quieres distinguirlos, Los tres se parecen. El primero no esta: ha de venir. El segundo no esta: ya se fue. Solo está el tercero, menor de todos; Sin él no existirían los otros. Aun así, el tercero sólo existe porque el segundo se convierte en el primero. Si quieres mirarlo, no ves más que otro de sus hermanos. Dime pues: ¿los tres son uno?, ¿o solo son dos?, ¿o ninguno? Si sabes cómo se llaman reconocerás tres soberanos. Juntos reinan en un país que ellos son. En eso son iguales”.