Existe un cuento muy
antiguo, en donde exploradores del año 2055, gracias a una máquina del tiempo,
viajan sesenta millones de años atrás en busca de un dinosaurio cuidadosamente
estudiado para poder cazar (Un ser que no viviría mucho tiempo, "un animal
sin futuro"). Sin embargo, existía un gran detalle: En aquella aventura
nada, exceptuando al dinosaurio, se podía alterar. Nada más se podía tocar,
pisar ni matar, ya que eso alteraría el eslabón natural de la evolución; NADA.
Es por ello que caminaban por un sendero que dividía la prehistoria de ellos,
los ciudadanos del futuro. Cualquier cosa que se alterara, por mínima que sea,
podía destruir todos los equilibrios, derribando primero la línea de un pequeño
dominó, y luego de un gran dominó, y luego de un gigantesco dominó, a lo largo
de los años, a través del tiempo... ¿Qué crees que pasó? (leer cuento completo
aquí: El Ruido de un Trueno)
Es el llamado Efecto
Mariposa, dentro de la teoría del caos, que explicaría en base a un estado
inicial, que la más mínima variación en el mismo, puede provocar que el sistema
evolucione en ciertas formas completamente diferentes. Es decir, modificar algo
que ya sucedió o intentar lograr algo que no fue, aunque resulte, no sería como
antes.
Por todo lo anterior, a continuación escribiré acerca un viaje al pasado, presente y futuro.
Tuve la oportunidad
de volver a verte. Debía ser cauta, para no arruinar este azar trivial que
parece la vida, que nos volvió a encontrar.
No toqué tus manos, no rocé tu cuerpo...sólo te miré, nos miramos -sin
reírnos- y callamos.
Llegó el momento en
el que debíamos regresar. En ese instante me dijiste: "vete tu primero,
que hay algo que debo visitar" Cuando llegó el momento de pestañar y mirar
al mundo, abrí mis ojos con temor pensando que todo iba a cambiar, que ese
mínimo encuentro podría marcar nuevamente mi vida.
Nada pasó, todo
siguió igual. Incluso, más de lo normal de lo que debería, todo mundanamente en
orden. Seguí mi vida cotidiana, casi en estado automático. El mismo trabajo, la
misma casa, la misma familia, los mismos amigos. El mismo horario, el mismo
sueño, las mismas penas y alegrías; más penas que alegrías, alegrías pequeñas
pero bonitas... Uno de esos días, años después, cuando menos lo esperaba,
¡apareciste! Nos re, re, re, re-encontramos. ¿Era esa la señal de que los
encuentros anteriores no habían sido en vano? ¿Cambiaría mi rumbo ahora?
Fue en el mismo lugar
en el que nos conocimos por primera vez. Estaba todo igual, todo tal como lo
recordaba. Tú, estabas igual. Me dijiste lo mismo a mí. Parecía como si el
tiempo no hubiese pasado, como si todos esos dolores del alma, no hubiesen
existido. Tuve la imperiosa necesidad de abalanzarme con preguntas, qué cómo
estás, qué estás haciendo, cómo va tu vida...Con la misma sincronía que sentía
yo, que sentías tú.
Hay sensaciones que
parecen disfrazarse de sincronías. Yo en ese momento, sentí que el universo se
alineó cuando nuestras miradas y sonrisas se encontraron. Habían pasado años,
¿cómo era posible que nos volviésemos a encontrar? Si ya nada nos unía. O eso
quería creer yo.
La conversación fluyó
de maravillas. De pronto, bajaste la cabeza y miré el paisaje que había detrás
de tí...un paisaje extraño y difuso. No fue el mismo que yo había conocido
contigo, no venías del mismo lugar.
Pasaron horas de
explicaciones y replanteamientos. Discutimos un poco, nos dijimos cosas. De lo
que fue, de lo que no fue, de lo que creí, ¿de lo que imaginé? No, de lo que
fue. Algo fue, algo había, algo se forjó. De lo contrario, no nos hubiésemos
vuelto a encontrar, al parecer, sin querer encontrarnos.
Pero ese
paisaje...difuso, con otros colores y otra brisa. Había algo que no encajaba
aquí, ahora. Te miré nuevamente y recordé lo que no fue, de porqué no fue, de
por qué nuestros caminos no siguieron juntos.
Es verdad, alguna vez
logramos retroceder en el tiempo. Pero no se trata simplemente de retroceder,
sino de volver a la realidad que dejamos. Nunca volvimos a esa realidad. Lo
entendí cuando miré mis pies, miré mis manos y vi mi cara en el reflejo de la
poza debajo de mí y todo este tiempo que no pasó en vano.
Puede que mi
perspectiva nunca haya cambiado. Pero ahora entiendo lo de los universos paralelos
y sus dimensiones, destinados a vivir compartiendo algo en un espacio en común,
pero sin saber qué, ni cómo compartirlo, aunque lo tuyo fuese tuyo y lo mío por siempre tuyo y mío. El universo es el nosotros de los otros.
Y volví a cerrar los
ojos.
“Tres
hermanos viven en una casa: Son de veras diferentes; Si quieres distinguirlos,
Los tres se parecen. El primero no esta: ha de venir. El segundo no esta: ya se
fue. Solo está el tercero, menor de todos; Sin él no existirían los otros. Aun
así, el tercero sólo existe porque el segundo se convierte en el primero. Si
quieres mirarlo, no ves más que otro de sus hermanos. Dime pues: ¿los tres son
uno?, ¿o solo son dos?, ¿o ninguno? Si sabes cómo se llaman reconocerás tres
soberanos. Juntos reinan en un país que ellos son. En eso son iguales”.
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